El río estuvo ahí toda mi vida, era todo lo que conocía. Pasé casi todas las horas de mi infancia junto a ese río y, a veces, me saltaba la cena sólo para escabullirme río abajo, lo que me llevó al enorme lago. El aroma del agua del lago llenó mis fosas nasales, acercándome cada vez más, hasta que mis padres me encontraron y me obligaron a regresar a casa. Pero después de tantos años, ya no estaban, así que supuse que podía bajar cuando quisiera y tal vez leer un libro junto al agua o hacer un pequeño picnic en mi propia soledad. Pero las noticias periodísticas sobre algunos “avistamientos” se fueron acumulando y acaparando gran atención. ¡Un fotógrafo, de identidad desconocida, había logrado causar un escándalo en toda esta pequeña y ridícula ciudad! Los viejos se quejaban aún más cada vez que oían hablar de los ‘avistamientos’. Los jóvenes del pueblo hicieron todo lo posible para crear teorías sobre algo que escucharon una sola vez, solo para provocar más pánico en los demás. Sin embargo, a las personas sensatas como yo no les importaba, no se molestaban. El lago era perfectamente seguro y no había manera de que permitiera que un avistamiento falso y estúpido arruinara mi amor por la hermosa masa de agua. Bien . . . hasta que se produjo la primera desaparición. . .